miércoles, 3 de septiembre de 2008

luego del ensayo de Otelo

Hoy fue un ensayo con controversias.

Controversias humanas. Controversias artísticas.

Las humanas, me duelen como siempre. Es un lugar de mi trabajo como director del cual me cuesta correrme y alivianar. No dejar pasar; pero sí tomarlas con más ligereza. Como algo normal en un espacio de trabajo. Lo que sucede que aquí uno trabaja con su cuerpo y sus emociones - actrices y director - y todos nos exponemos, cada cual desde su rol. Entonces las sensibilidades siempre están allí: durante, mientras, después, antes.

Las artísticas... Las chicas están con dudas. Se pierden. Hilvanan pedacitos como una colcha gigante sin saber bien quién es el destinatario de ese abrigo. Perdidas, siguen. Pero siento que no arden aún. También es mi ansiedad. Quiero que el fuego arda cuando aún se están buscando ramitas en el bosque.

Siempre me consideré un director atento y preocupado (no sería mejor ocupado?) por mi elenco y sus búsquedas actorales. Estoy desantento? Estoy desconsiderado? A veces yo también estoy perdido. Pero esta vez trato de permitírmelo, aunque lo padezca como un perro. Me lo permito porque creo que este proceso lo necesita. No necesita mis exactitudes sino mis incetidumbres.

Otelo habla de los excesos, de las perversiones, de los extremos, de la traición, del deseo, del goce doloroso, del siniestro infantilismo, de la locura. Del amor y de la muerte.

¿Cómo comulgar los excesos, las perversiones, los extremos, la, el, los, los.. de cinco teatristas?

¿Cómo para que sea auténtico y a la vez teatral? ¿Cómo conjugar dos cosas que de por sí son antitéticas? Sí, con verdad escénica.

Oh, divina verdad escénica, venid a mí.

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